Educar en la era de la innovación

domingo, 28 de abril de 2019
"Pero en una sociedad en la que el conocimiento y las habilidades se tornan obsoletas antes incluso de convertirse en rutina, prácticamente todos los miembros de la sociedad pasan a formar parte del proceso creativo, quizá no generando nuevas ideas, pero sí aprendiendo e incorporando a sus vidas esas nuevas ideas, conceptos y habilidades." Elkhonon Goldberg


En un mundo en constante cambio, la educación, para cumplir con su propósito de preparar a las personas para la vida, debe tener un doble referente: por un lado, la sociedad en la que vivimos y, por otro, la sociedad en la que queremos vivir.

Para educar es necesario conocer el contexto en el que vivimos, la forma y los medios con los que nos relacionamos con el mundo y las personas, los recursos de los que disponemos... Pero también es necesario tener claro hacia dónde queremos que vaya la sociedad, cómo queremos que sea el mundo y cómo debemos relacionarnos con los demás. Y esto que parece muy obvio, no siempre lo tenemos presente.

Además de este doble referente, la educación también debe tener siempre presente el pasado, su historia y sus prácticas porque son fruto de momentos y contextos históricos precisos. Si no se mantienen los referentes del pasado, corremos el peligro de repetir nuestros errores una y otra vez  y perdemos la perspectiva de lo que estamos haciendo, con lo que podemos creer que estamos inventando o innovando cosas que ya fueron inventadas o innovadas en su momento.

En el contexto actual tenemos que acabar con lo que Goldberg denomina "el piloto automático mental", es decir, afrontar la vida con los conocimientos y habilidades adquiridas en nuestra infancia y juventud. Nuestro cerebro tiene la capacidad de adaptarse y de aprender a lo largo de toda la vida, por lo que la educación que ofrecemos a nuestros alumnos y alumnas debe estar encaminada a este propósito. Aprender de forma autónoma, ser resilientes y tolerantes a la frustración, saber trabajar colaborativamente, tener una mirada disruptiva que lleve a planteamientos y respuestas creativas son los objetivos de la educación en la era de la innovación.

Si a todo esto le sumamos que según Francesco Tonucci "cada uno de nuestros hijos o nuestros alumnos tiene un ámbito de excelencia, lo que Gabriel García Márquez llamaba el juguete preferido", lo que es garantía de su trabajo futuro y su felicidad, es evidente que la educación del siglo XXI debe ser inclusiva, que nadie puede quedar al margen, que nadie puede permanecer en los márgenes de la sociedad y que la creatividad es uno de sus principales valores. 

Este post ha sido inspirado por la lectura de Elkhonon Goldberg: Creatividad. El cerebro humano en la era de la innovación. Ed. Crítica, 2019.

Evaluar para aprender no para juzgar*

domingo, 21 de abril de 2019
La evaluación supone una plataforma de diálogo entre los evaluadores y los evaluados, entre diversos estamentos de los evaluados, entre los evaluadores y las diversas audiencias, entre éstas y los evaluados, etc. Pero el diálogo tiene una doble finalidad: trata por una parte, de generar comprensión del programa y, por otra, de mejorar la calidad del mismo.” Miguel Ángel Santos Guerra

Para entender todo lo que comentaremos a continuación, debemos tener presente que ir a la escuela es inevitable, pero aprender es una opción.

El sistema educativo actual tienen el efecto perverso de convertir a los docentes “seleccionadores” que deciden quién sigue en el sistema y quién queda fuera, en función de criterios poco claros. Los actuales sistemas de evaluación obligan a los docentes a etiquetar a los alumnos de manera rígida valorando aspectos memorísticos y de recitación de contenidos.

La escuela que necesitamos en el siglo XXI ya no debe ser selectiva sino inclusiva. Una escuela en la que nadie debe quedar excluido, ya que lo que se adquiere en ella son las destrezas, las habilidades cognitivas y no cognitivas, los conocimientos… que permitirán a las personas ser capaces de aprender autónomamente a lo largo de toda su vida. De esta manera podrá afrontar con garantías de éxito los retos y desafíos que la vida le irá deparando.

En esta escuela inclusiva, el criterio tradicional de comparar a los alumnos y a las alumnas entre sí, carece de todo fundamento. La evaluación del aprendizaje adquiere una dimensión distinta a la de la escuela selectiva: los aspectos a evaluar van más allá de la memorización de conceptos (y su recitado). Incluyen también la habilidad para pensar críticamente, la capacidad de comunicarse oralmente y por escrito), la resolución de problemas, la competencia tecnológica…

Acostumbramos a aceptar que la evaluación es el final del proceso de aprendizaje, un “punto y final” que nos permite discernir si se ha producido ese aprendizaje y en qué grado. La materialización de este tipo de evaluación es el examen. Pero, en realidad, la evaluación debe ser una actividad sistémica y continua, debe producirse durante todo el proceso de aprendizaje, como un “punto y seguido” que nos permite en todo momento ser una guía que acompañe al alumnado a su consecución. La materialización de este tipo de evaluación son la rúbricas.

Hay tres preguntas clave que todo docente debe plantearse a la hora de evaluar a su alumnado:

1. ¿Qué queremos que aprendan?
2. ¿Qué han aprendido hasta ahora?
3. ¿Qué hacer para acortar la distancia entre lo que han aprendido y lo que tienen que aprender?

Con las respuestas que obtengamos al plantearnos estas preguntas, podremos decidir cuál es la estrategia más adecuada que debemos aplicar para que cada uno de nuestros alumnos y de nuestras alumnas aprendan.

La evaluación no es calificación, sino que es diagnóstico. Y en este contexto la evaluación del aprendizaje no debe ser competencia exclusiva de quien ejerce la docencia. La autoevaluación y la coevaluación son herramientas indispensables porque los alumnos y las alumnas son parte activa del proceso. Ser consciente del propio aprendizaje (metacognición) y conocer cómo te ve el resto aporta una información esencial para gozar cada vez de una mayor autonomía.

En la escuela del siglo XXI, los docentes y las docentes deben evaluar para que su alumnado aprenda y no para ser juzgado. Bajo esa perspectiva la evaluación debe ser sistémica, continua, formativa y participativa. Solo así conseguiremos que lo importante sea aprender y no juzgar.


*Revisión de artículo publicado en EvaluAcción el 16 de octubre de 2017.
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Profesores excepcionales

domingo, 14 de abril de 2019
"He llegado a creer que un gran maestro es un gran artista y que existen tan pocos como existen grandes artistas. La enseñanza podría incluso ser la mayor de las artes ya que el medio es la mente y el espíritu humano." John Steinbeck

Los grandes maestros son tan escasos como los superhéroes de los cómics y las películas de Marvel. Tiene poderes excepcionales como ellos y los emplean para que sus alumnos y alumnas aprendan todo aquello que les ha de permitir ser mejores personas y tener una vida plena.

"Un gran poder conlleva una gran responsabilidad" le dijo el tío Ben a Spiderman... y eso es lo que también deben tener siempre presente los profesores y profesoras excepcionales. ¿Pero qué es un profesor excepcional?

Un profesor excepcional es aquella persona que utiliza todo su conocimiento, sus habilidades, su humanidad, su entusiasmo y su tiempo para hacer más fácil, más eficaz y más significativo el aprendizaje para sus alumnos y alumnas.

A mí me fascinan estos docentes, me sirven de modelo, me motivan con su entusiasmo, aprendo de ellos y disfruto comentando y compartiendo sus experiencias... pero estos docentes son excepcionales en el doble sentido de la palabra: constituyen una excepción a la norma y se apartan de lo ordinario. Por este motivo, su manera de enseñar no puede convertirse en norma, no se puede ser exportable al conjunto de los docentes.

No es lícito pedir a los docentes que lo sean las 24 horas del día, los 365 días de la semana. Hacer esto es opcional, pero no puede ser norma. Esto es así para cualquier profesional de cualquier ámbito.

Ojalá cada vez existan más profesores y profesoras excepcionales porque ellos y ellas hacen una labor impagable con los alumnos y alumnas que tiene la fortuna de recibir sus aprendizajes. Pero no debemos olvidar que son la excepción y no la norma. Hay miles y miles de docentes que, sin ser excepcionales, consiguen que sus alumnas y alumnos aprendan de manera autónoma y adquieran los conocimientos y las competencias que necesitan para tener éxito en la vida. ¡Gracias a todos!
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