"Pero en una sociedad en la que el conocimiento y las habilidades se tornan obsoletas antes incluso de convertirse en rutina, prácticamente todos los miembros de la sociedad pasan a formar parte del proceso creativo, quizá no generando nuevas ideas, pero sí aprendiendo e incorporando a sus vidas esas nuevas ideas, conceptos y habilidades." Elkhonon Goldberg
En un mundo en constante cambio, la educación, para cumplir con su propósito de preparar a las personas para la vida, debe tener un doble referente: por un lado, la sociedad en la que vivimos y, por otro, la sociedad en la que queremos vivir.
Para educar es necesario conocer el contexto en el que vivimos, la forma y los medios con los que nos relacionamos con el mundo y las personas, los recursos de los que disponemos... Pero también es necesario tener claro hacia dónde queremos que vaya la sociedad, cómo queremos que sea el mundo y cómo debemos relacionarnos con los demás. Y esto que parece muy obvio, no siempre lo tenemos presente.
Además de este doble referente, la educación también debe tener siempre presente el pasado, su historia y sus prácticas porque son fruto de momentos y contextos históricos precisos. Si no se mantienen los referentes del pasado, corremos el peligro de repetir nuestros errores una y otra vez y perdemos la perspectiva de lo que estamos haciendo, con lo que podemos creer que estamos inventando o innovando cosas que ya fueron inventadas o innovadas en su momento.
En el contexto actual tenemos que acabar con lo que Goldberg denomina "el piloto automático mental", es decir, afrontar la vida con los conocimientos y habilidades adquiridas en nuestra infancia y juventud. Nuestro cerebro tiene la capacidad de adaptarse y de aprender a lo largo de toda la vida, por lo que la educación que ofrecemos a nuestros alumnos y alumnas debe estar encaminada a este propósito. Aprender de forma autónoma, ser resilientes y tolerantes a la frustración, saber trabajar colaborativamente, tener una mirada disruptiva que lleve a planteamientos y respuestas creativas son los objetivos de la educación en la era de la innovación.
Si a todo esto le sumamos que según Francesco Tonucci "cada uno de nuestros hijos o nuestros alumnos tiene un ámbito de excelencia, lo que Gabriel García Márquez llamaba el juguete preferido", lo que es garantía de su trabajo futuro y su felicidad, es evidente que la educación del siglo XXI debe ser inclusiva, que nadie puede quedar al margen, que nadie puede permanecer en los márgenes de la sociedad y que la creatividad es uno de sus principales valores.
Este post ha sido inspirado por la lectura de Elkhonon Goldberg: Creatividad. El cerebro humano en la era de la innovación. Ed. Crítica, 2019.
En un mundo en constante cambio, la educación, para cumplir con su propósito de preparar a las personas para la vida, debe tener un doble referente: por un lado, la sociedad en la que vivimos y, por otro, la sociedad en la que queremos vivir.
Para educar es necesario conocer el contexto en el que vivimos, la forma y los medios con los que nos relacionamos con el mundo y las personas, los recursos de los que disponemos... Pero también es necesario tener claro hacia dónde queremos que vaya la sociedad, cómo queremos que sea el mundo y cómo debemos relacionarnos con los demás. Y esto que parece muy obvio, no siempre lo tenemos presente.
Además de este doble referente, la educación también debe tener siempre presente el pasado, su historia y sus prácticas porque son fruto de momentos y contextos históricos precisos. Si no se mantienen los referentes del pasado, corremos el peligro de repetir nuestros errores una y otra vez y perdemos la perspectiva de lo que estamos haciendo, con lo que podemos creer que estamos inventando o innovando cosas que ya fueron inventadas o innovadas en su momento.
En el contexto actual tenemos que acabar con lo que Goldberg denomina "el piloto automático mental", es decir, afrontar la vida con los conocimientos y habilidades adquiridas en nuestra infancia y juventud. Nuestro cerebro tiene la capacidad de adaptarse y de aprender a lo largo de toda la vida, por lo que la educación que ofrecemos a nuestros alumnos y alumnas debe estar encaminada a este propósito. Aprender de forma autónoma, ser resilientes y tolerantes a la frustración, saber trabajar colaborativamente, tener una mirada disruptiva que lleve a planteamientos y respuestas creativas son los objetivos de la educación en la era de la innovación.
Si a todo esto le sumamos que según Francesco Tonucci "cada uno de nuestros hijos o nuestros alumnos tiene un ámbito de excelencia, lo que Gabriel García Márquez llamaba el juguete preferido", lo que es garantía de su trabajo futuro y su felicidad, es evidente que la educación del siglo XXI debe ser inclusiva, que nadie puede quedar al margen, que nadie puede permanecer en los márgenes de la sociedad y que la creatividad es uno de sus principales valores.
Este post ha sido inspirado por la lectura de Elkhonon Goldberg: Creatividad. El cerebro humano en la era de la innovación. Ed. Crítica, 2019.