El mundo de la educación está lleno de buenas intenciones, pero nos juzgan por nuestros resultados no por nuestros propósitos, aunque a veces parece que lo olvidemos. Es por ello que no solo debemos educar de una manera distinta a como se ha hecho tradicionalmente, sino mejor.
Las dificultades ante las que nos enfrentamos para educar mejor, es decir, para dotar a las personas de las herramientas que les permitan tener un aprendizaje autónomo y perdurable en el tiempo, son múltiples y variadas. La primera de ellas tiene que ver con la gran cantidad de contenidos innecesarios, inútiles, obsoletos y desfasados que pretendemos enseñarles.
No somos conscientes de los tratos que llegamos a acumular en nuestras casas, en nuestros trasteros guardados en cajas sin clasificar, hasta que tenemos que organizar una mudanza o tenemos que hacer una limpieza a fondo por obras o algo parecido. Guardamos todas esas cosas porque les tenemos afecto, por si acaso algún día las necesitamos (cosa que nunca sucede)... en general, nos cuesta despegarnos de nuestraspropiedades. Pues algo parecido ocurre con los contenidos que se establecen en el currículo y que nos "obligan" a enseñar en la escuela. Son contenidos que han ido acumulándose con el paso del tiempo, se han ido añadiendo nuevos, pero no se han desechado los que han quedado desfasados.
También sucede lo mismo con nuestra forma de enseñar, con nuestra práctica educativa. Incluso aquellos que innovan de forma evidente suelen conservar maneras de hacer que proceden de metodologías obsoletas.
Por todo ello, propongo que de tanto en tanto, dediquemos un tiempo para hacer limpieza, para reflexionar y detectar qué enseñamos que ya no tenga sentido y cómo lo hacemos.
También es interesante saber ordenar, clasificar todo lo que hacemos en cajas diferentes. con sus etiquetas, que nos permitan acceder a ello de manera más fácil. Solo así seremos conscientes de que son cosas útiles, que cumplen con un objetivo o no.
Otra de las grandes dificultades a la que nos enfrentamos a la hora de educar mejor es el reparo que tenemos a evaluar y ser evaluados, y nuestra arraigada costumbre utilizar para ello casi exclusivamente exámenes. El propósito de la evaluación es detectar si estamos consiguiendo nuestros objetivos o no, e identificar qué tenemos que cambiar para conseguirlo. Para ello no solo tenemos que evaluar si se adquieren o no ciertos contenidos, sino el proceso como se llega a ellos. Hay que evaluar también las destrezas, habilidades y el grado de competencia que tenemos. La evaluación no debe tener como objetivo premiar, castigar o clasificar sino dirigir nuestra práctica educativa. Para saber si no solo educo de forma diferente, sino mejor, necesito evaluar constantemente lo que hago.
Por tanto, adelgazar de manera coherente el currículo y perder el miedo a evaluar y a ser evaluados de una manera constante y no puntual son dos de las cosas que nos permitirán educar mejor. Vamos a ello.