Creo que no somos conscientes de estar educando a generaciones a las que no podemos asegurarles un futuro mejor que el nuestro. No podemos asegurarles un empleo fijo (una profesión para toda la vida) ni, en consecuencia, una estabilidad económica, ni un medio ambiente y un clima estables, ni tan siquiera podemos garantizar su seguridad ante ataques terroristas.
Por ello es tan importante proporcionarles la mejor educación que esté en nuestras manos, sin excusas, sin pretextos, sin miedos. Debemos ofrecerles una educación que les permita aprender autónomamente a lo largo de toda la vida, para que sean capaces de adaptarse a los retos y a los problemas a los que deberán enfrentarse.
Vivimos en la época de mayor cantidad de información de la historia, pero también en la de mayor incertidumbre. Durante mucho tiempo, cuando se educaba a un niño se tenía la certeza de que lo que se le estaba transmitiendo era un conocimiento fiable, seguro y perdurable, no había posibilidad de error, se les enseñaba con el convencimiento de que lo que aprendían era para todo la vida, era para siempre. Eso otorgaba a los docentes una gran autoridad social y les permitía ejercer su labor con gran seguridad y tranquilidad.
El problema de la educación actual es que aunque en nuestro mundo ya no hay certezas sino interrogantes, la pedagogía, los sistemas educativos, la formación del profesorado... están diseñados y pensados para un mundo que ya no existe.
Esa paradoja causa una sensación de angustia entre los docentes, que se manifiesta en dudas, inseguridad, desánimo, desasosiego... Ante esta situación muchos optan por el conservadurismo, por mantener la tradición (siempre se ha hecho así es un frase que duele). Como consecuencia de ello, los alumnos salen de la escuela antes de tiempo por falta de interés, o bien, permanecen en ella sin llegar a adquirir los conocimientos, las habilidades y las destrezas necesarias para la vida.
Afortunadamente, otros muchos optan por innovar, por adaptar sus prácticas educativas a las necesidades reales de los alumnos del siglo XXI. Como consecuencia de ello, el paradigma educativo se está transformando y muchos alumnos reciben una educación que les permite ser creativos, críticos, emprendedores, colaboradores y, sobre todo, personas con capacidad de aprendizaje continuo.
Todos y cada una de las personas que se dedican al noble arte de educar deben optar por una de estas dos opciones; la primera solo conduce al fracaso, la segunda posibilita el éxito. ¿Cuál es tu opción?
Por ello es tan importante proporcionarles la mejor educación que esté en nuestras manos, sin excusas, sin pretextos, sin miedos. Debemos ofrecerles una educación que les permita aprender autónomamente a lo largo de toda la vida, para que sean capaces de adaptarse a los retos y a los problemas a los que deberán enfrentarse.
Vivimos en la época de mayor cantidad de información de la historia, pero también en la de mayor incertidumbre. Durante mucho tiempo, cuando se educaba a un niño se tenía la certeza de que lo que se le estaba transmitiendo era un conocimiento fiable, seguro y perdurable, no había posibilidad de error, se les enseñaba con el convencimiento de que lo que aprendían era para todo la vida, era para siempre. Eso otorgaba a los docentes una gran autoridad social y les permitía ejercer su labor con gran seguridad y tranquilidad.
El problema de la educación actual es que aunque en nuestro mundo ya no hay certezas sino interrogantes, la pedagogía, los sistemas educativos, la formación del profesorado... están diseñados y pensados para un mundo que ya no existe.
Esa paradoja causa una sensación de angustia entre los docentes, que se manifiesta en dudas, inseguridad, desánimo, desasosiego... Ante esta situación muchos optan por el conservadurismo, por mantener la tradición (siempre se ha hecho así es un frase que duele). Como consecuencia de ello, los alumnos salen de la escuela antes de tiempo por falta de interés, o bien, permanecen en ella sin llegar a adquirir los conocimientos, las habilidades y las destrezas necesarias para la vida.
Afortunadamente, otros muchos optan por innovar, por adaptar sus prácticas educativas a las necesidades reales de los alumnos del siglo XXI. Como consecuencia de ello, el paradigma educativo se está transformando y muchos alumnos reciben una educación que les permite ser creativos, críticos, emprendedores, colaboradores y, sobre todo, personas con capacidad de aprendizaje continuo.
Todos y cada una de las personas que se dedican al noble arte de educar deben optar por una de estas dos opciones; la primera solo conduce al fracaso, la segunda posibilita el éxito. ¿Cuál es tu opción?