Antes de empezar las (creo que merecidas) vacaciones de verano, me propuse seriamente descansar por unos días de mis lecturas sobre educación y dedicar las horas de relax a leer novelas mis autores preferidos, a los que tengo muy abandonados el resto del año. El propósito era firme y lo he cumplido... el problema es que, como la educación nos afecta a todos y es un elemento esencial en la vida de las personas, encuentro interesantes reflexiones sobre educación en casi todas las novelas que leo. Lo cierto es que en la literatura siempre he encontrado una fuente de inspiración para reflexionar sobre diversos aspectos de la vida y de la educación.
Uno de los libros que he tenido la fortuna de leer ha sido La niña del faro de Jeanette Winterson. En las primeras páginas de esta obra, la autora reflexiona a través de sus personajes sobre la naturaleza humana y como todo lo que sale de la norma produce miedo y se combate con el castigo:
"Tú no eres como los demás niños -decía mi madre-. Y si no puedes sobrevivir en este mundo, mejor será que te construyas uno propio."
Eso mismo sucede todavía en educación, sancionamos lo que se "sale de la norma" lo diferente. Somos incapaces de asumir a las personas que piensan de otra forma, que tienen otras sensibilidades, otros intereses, otros talentos que no tienen que ver con el lenguaje y el pensamiento matemático. Eso provoca que muchos niños se vean obligados a "construir su propio mundo" quedando al margen del sistema y siendo catalogados como "fracasados" cuando sus capacidades podrían aportar muchísimo a ellos mismos y a la sociedad.
Unas páginas más adelante, el farero le dice a Silver, la protagonista de la obra:
"Puedo enseñarte (sí, a cualquiera) para qué sirven los instrumentos, y la luz destellará cada cuatro segundos como lo ha hecho siempre, pero tengo que enseñarte a mantener viva la luz. ¿Entiendes lo que eso quiere decir?"
¡Cuánta verdad en tan pocas palabras! Y cómo veo reflejado lo que sucede en nuestras escuelas. Enseñamos a leer, a calcular, a leer un pentagrama, aprendemos las partes de una planta y las características de la naturaleza... pero, en realidad, en nuestras escuelas no se aprende a amar las palabras, a comprender la magia de los números, a sentir una melodía, ni se enseña a amar la naturaleza. No les hacemos descubrir el sentido de las cosas, tan solo nos limitamos a presentárselas. En palabras de Richard Gerver en su obra Crear hoy la escuela del mañana: "La cuestión no es que tengamos generaciones de niños que no quieren aprender, el problema es que no quieren aprender cuando no ven el sentido de ese aprendizaje."
Otra de mis lecturas veraniegas ha sido Saber perder de David Trueba, uno de mis autores preferidos. En esta novela también he encontrado un par de "joyas" sobre la educación, en forma de reflexiones de Sylvia, la protagonista, sobre su escuela. Sylvia dice que "El reflejo del sol que entra por el cristal y se posa en las mesas a veces ofrece más interés que la clase." ¡Qué triste y cruel realidad! Y es que en muchas ocasiones a nuestros alumnos no les interesa nada lo que pretendemos enseñarles en clase... y eso, sin duda, es culpa nuestra, no de nuestros alumnos.
Pero la reflexión de Trueba que más me ha hecho pensar se encierra en esta frase: "Para Sylvia los profesores tienen aspecto de haber interrumpido su existencia real para ser sólo profesores." Aquellos profesores que olvidan, por la causa que sea, que su existencia real y su existencia docente son una misma cosa, no consiguen conectar con sus alumnos, no les sirven de modelo, no son capaces de transmitir valores de vida... no son buenos educadores.
Para finalizar, una súplica: me gustaría pedir a todas las personas que tienen que ver con la educación (desde el punto de vista que sea) que dediquen unos minutos a pensar sobre lo que nos dicen estas novelas y seamos capaces de construir una educación más creativa, empática, innovadora y que tenga en cuenta a sus verdaderos protagonistas: los alumnos.
Uno de los libros que he tenido la fortuna de leer ha sido La niña del faro de Jeanette Winterson. En las primeras páginas de esta obra, la autora reflexiona a través de sus personajes sobre la naturaleza humana y como todo lo que sale de la norma produce miedo y se combate con el castigo:
"Tú no eres como los demás niños -decía mi madre-. Y si no puedes sobrevivir en este mundo, mejor será que te construyas uno propio."
Eso mismo sucede todavía en educación, sancionamos lo que se "sale de la norma" lo diferente. Somos incapaces de asumir a las personas que piensan de otra forma, que tienen otras sensibilidades, otros intereses, otros talentos que no tienen que ver con el lenguaje y el pensamiento matemático. Eso provoca que muchos niños se vean obligados a "construir su propio mundo" quedando al margen del sistema y siendo catalogados como "fracasados" cuando sus capacidades podrían aportar muchísimo a ellos mismos y a la sociedad.
Unas páginas más adelante, el farero le dice a Silver, la protagonista de la obra:
"Puedo enseñarte (sí, a cualquiera) para qué sirven los instrumentos, y la luz destellará cada cuatro segundos como lo ha hecho siempre, pero tengo que enseñarte a mantener viva la luz. ¿Entiendes lo que eso quiere decir?"
¡Cuánta verdad en tan pocas palabras! Y cómo veo reflejado lo que sucede en nuestras escuelas. Enseñamos a leer, a calcular, a leer un pentagrama, aprendemos las partes de una planta y las características de la naturaleza... pero, en realidad, en nuestras escuelas no se aprende a amar las palabras, a comprender la magia de los números, a sentir una melodía, ni se enseña a amar la naturaleza. No les hacemos descubrir el sentido de las cosas, tan solo nos limitamos a presentárselas. En palabras de Richard Gerver en su obra Crear hoy la escuela del mañana: "La cuestión no es que tengamos generaciones de niños que no quieren aprender, el problema es que no quieren aprender cuando no ven el sentido de ese aprendizaje."
Otra de mis lecturas veraniegas ha sido Saber perder de David Trueba, uno de mis autores preferidos. En esta novela también he encontrado un par de "joyas" sobre la educación, en forma de reflexiones de Sylvia, la protagonista, sobre su escuela. Sylvia dice que "El reflejo del sol que entra por el cristal y se posa en las mesas a veces ofrece más interés que la clase." ¡Qué triste y cruel realidad! Y es que en muchas ocasiones a nuestros alumnos no les interesa nada lo que pretendemos enseñarles en clase... y eso, sin duda, es culpa nuestra, no de nuestros alumnos.
Pero la reflexión de Trueba que más me ha hecho pensar se encierra en esta frase: "Para Sylvia los profesores tienen aspecto de haber interrumpido su existencia real para ser sólo profesores." Aquellos profesores que olvidan, por la causa que sea, que su existencia real y su existencia docente son una misma cosa, no consiguen conectar con sus alumnos, no les sirven de modelo, no son capaces de transmitir valores de vida... no son buenos educadores.
Para finalizar, una súplica: me gustaría pedir a todas las personas que tienen que ver con la educación (desde el punto de vista que sea) que dediquen unos minutos a pensar sobre lo que nos dicen estas novelas y seamos capaces de construir una educación más creativa, empática, innovadora y que tenga en cuenta a sus verdaderos protagonistas: los alumnos.