La paciencia y la constancia son dos valores en franca decadencia en nuestra sociedad de la incertidumbre y, por tanto, también en nuestra forma de educar.
Parece que tenemos prisa por conseguir que nuestros hijos y alumnos sean los más listos, los más preparados, los mejores en todo. Queremos que hagan deporte (y ganen), que aprendan idiomas, música, ballet... Queremos cualquier cosa en lugar de ser pacientes y permitirles que sean niños, es decir, que jueguen, que experimenten, que se aburran, que se equivoquen, que rían, que lloren...
Desde bien pequeños los "hiperestimulamos", les obligamos a quemar etapas, les entrenamos para que desarrollen sus habilidades más allá de su nivel de maduración... Les adiestramos para que sean "pequeños Einstein", cualquier cosa menos permitirles que sean niños.
La precipitación, la impaciencia y la inconstancia están acabando con la infancia porque no permiten que se establezcan unos cimientos sólidos que ayuden a que los aprendizajes futuros sean consistentes y estables. Estamos educando a gigantes con pies de barro con muy poca tolerancia a la frustración y muy poca capacidad de aprender autónomamente. Da la sensación de que nos da miedo que aprendan por sí solos, nos aterra soltarlos de la mano, cuando es la manera como tendrán que aprender durante el resto de su vida.
Por otro lado, si de verdad queremos innovar la educación, no valen prisas e impaciencias. Para que los cambios en nuestra forma de educar no sean solo "modificaciones" sino verdaderas "transformaciones" debemos ser perseverantes, tenaces, firmes e insistentes. Las cosas que se improvisan o se hacen deprisa pueden provocan cambios parciales y no permanentes; las cosas que se hacen con paciencia provocan cambios que perduran en el tiempo e inciden en la esencia misma del aprendizaje.
En esta sociedad inestable tenemos el deber de ofrecer una educación que tenga como base la paciencia y la constancia. Para que esa educación sea de calidad y los alumnos alcancen la excelencia no es obligatorio que sufran, el esfuerzo puede ir acompañado del gozo que produce el trabajo significativo y motivante.
Parafraseando a Mafalda, lo urgente y lo importante no siempre (casi nunca) coinciden en la educación de nuestros niños. Por tanto, despreocupémonos de lo urgente y ocupémonos de lo importante.
LA BUENA EDUCACIÓN, SIMPLEMENTE, DEBE SER VERDAD
Hace 2 semanas
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