"[...] procuro no cargar mi memoria con datos que puedo encontrar en cualquier manual, ya que el gran valor de la educación no consiste en atiborrarse de datos, sino en preparar el cerebro para pensar por su propia cuenta y así llegar a conocer algo que no figure en los libros." Albert Einstein
Me disgusta escuchar que "la escuela es un lugar de estudio pero no de aprendizaje", que "la escuela mata la creatividad"... En mi opinión, es justo al contrario: la escuela es un lugar privilegiado para aprender creativamente.
Ahora bien, lo que sucede es que el inmovilismo de las metodologías tradicionales y el enquilosamiento de las leyes educativas son dos lastres demasiado pesados que, en demasiadas ocasiones, imposibilitan a la escuela cumplir con su verdadera función.
Aunque todavía hay muchos docentes y pedagogos que no comparten esta idea, aprender no es memorizar y reproducir datos e ideas. Aprender tiene que ver con la capacidad de entender y asimilar contenidos, con saber aplicarlos para resolver problemas. Tradicionalmente se ha relacionado la excelencia de un alumno con su erudición, proclamando que sin esfuerzo y sacrificio no es posible el aprendizaje. Pero estoy convencido de que la excelencia de un alumno tiene que ver con su capacidad de analizar situaciones problemáticas y proponer soluciones creativas y personales aplicando aquello que ha aprendido en el aula. Esto también requiere de esfuerzo, sin duda, pero cuando el esfuerzo es motivador es causa de disfrute y no de sufrimiento.
Si alguien cree que por no tener que memorizar datos, fechas, fórmulas y lugares nuestros alumnos son menos inteligentes, está totalmente equivocado. Es mucho más difícil y complejo enseñar a un alumno a tener pensamiento crítico, a tener una inteligencia práctica (o ejecutiva, en terminología de José Antonio Marina), que llenar su cabeza con datos enciclopédicos que, como mucho, son útiles para participar en concursos televisivos. En este sentido, en muchas escuela se evalúa a los alumnos para premiarlos o castigarlos, cuando en realidad la evaluación debería servir para detectar lo que funciona y lo que no funciona en el proceso de enseñanza/aprendizaje para poder que sea efectivo.
En alguna ocasión he escuchado que los sistemas educativos deben ser muy exigentes, pues a mayor nivel de exigencia, mejores resultados se obtienen. ¡Qué peligro tiene esa afirmación! Eso hace que los currículos sean cada vez más y más desmesurados, estableciendo como estándares de aprendizaje (aquello que deben saber todos los alumnos de un cierto nivel educativo) unos contenidos excesivos que son inalcanzable para una buena parte del alumnado, lo que implica su exclusión del sistema.
Por supuesto que tiene que haber un cierto nivel de exigencia, ¡faltaría más! No se trata de que los alumnos no tengan que hacer ningún tipo de esfuerzo para aprender. Se trata de que ese esfuerzo no sea doloroso sino gozoso. No hay sensación más agradable que la que obtiene un niño cuando aprende algo... solo hay que mirar la expresión de alegría que se refleja en su cara.
Einstein, al que ya he citado al principio del post, decía que "la imaginación es más importante que el conocimiento". Para que la imaginación y la creatividad tengan cabida en la escuela, es absolutamente necesario que adelgacemos los currículos. Solo así la escuela podrá cumplir con su verdadera función.
Me disgusta escuchar que "la escuela es un lugar de estudio pero no de aprendizaje", que "la escuela mata la creatividad"... En mi opinión, es justo al contrario: la escuela es un lugar privilegiado para aprender creativamente.
Ahora bien, lo que sucede es que el inmovilismo de las metodologías tradicionales y el enquilosamiento de las leyes educativas son dos lastres demasiado pesados que, en demasiadas ocasiones, imposibilitan a la escuela cumplir con su verdadera función.
Aunque todavía hay muchos docentes y pedagogos que no comparten esta idea, aprender no es memorizar y reproducir datos e ideas. Aprender tiene que ver con la capacidad de entender y asimilar contenidos, con saber aplicarlos para resolver problemas. Tradicionalmente se ha relacionado la excelencia de un alumno con su erudición, proclamando que sin esfuerzo y sacrificio no es posible el aprendizaje. Pero estoy convencido de que la excelencia de un alumno tiene que ver con su capacidad de analizar situaciones problemáticas y proponer soluciones creativas y personales aplicando aquello que ha aprendido en el aula. Esto también requiere de esfuerzo, sin duda, pero cuando el esfuerzo es motivador es causa de disfrute y no de sufrimiento.
Si alguien cree que por no tener que memorizar datos, fechas, fórmulas y lugares nuestros alumnos son menos inteligentes, está totalmente equivocado. Es mucho más difícil y complejo enseñar a un alumno a tener pensamiento crítico, a tener una inteligencia práctica (o ejecutiva, en terminología de José Antonio Marina), que llenar su cabeza con datos enciclopédicos que, como mucho, son útiles para participar en concursos televisivos. En este sentido, en muchas escuela se evalúa a los alumnos para premiarlos o castigarlos, cuando en realidad la evaluación debería servir para detectar lo que funciona y lo que no funciona en el proceso de enseñanza/aprendizaje para poder que sea efectivo.
En alguna ocasión he escuchado que los sistemas educativos deben ser muy exigentes, pues a mayor nivel de exigencia, mejores resultados se obtienen. ¡Qué peligro tiene esa afirmación! Eso hace que los currículos sean cada vez más y más desmesurados, estableciendo como estándares de aprendizaje (aquello que deben saber todos los alumnos de un cierto nivel educativo) unos contenidos excesivos que son inalcanzable para una buena parte del alumnado, lo que implica su exclusión del sistema.
Por supuesto que tiene que haber un cierto nivel de exigencia, ¡faltaría más! No se trata de que los alumnos no tengan que hacer ningún tipo de esfuerzo para aprender. Se trata de que ese esfuerzo no sea doloroso sino gozoso. No hay sensación más agradable que la que obtiene un niño cuando aprende algo... solo hay que mirar la expresión de alegría que se refleja en su cara.
Einstein, al que ya he citado al principio del post, decía que "la imaginación es más importante que el conocimiento". Para que la imaginación y la creatividad tengan cabida en la escuela, es absolutamente necesario que adelgacemos los currículos. Solo así la escuela podrá cumplir con su verdadera función.