¿Hasta
qué punto podemos conformarnos con la realidad que nos ha tocado en
suerte sin luchar por cambiarla hasta el límite de nuestras fuerzas?
Creo que la respuesta que damos a esta pregunta muestra el tipo de
educador que somos.
En la película Forrest Gump, el protagonista explica que, según su madre, "la vida es como una caja de bombones, nunca sabes qué te va a tocar." Aunque soy muy goloso y me encanta el chocolate, en mi opinión, esa frase es una verdad a medias porque presupone que es el azar el que dicta las opciones que tenemos las personas para cambiar nuestra vida.
En la película Forrest Gump, el protagonista explica que, según su madre, "la vida es como una caja de bombones, nunca sabes qué te va a tocar." Aunque soy muy goloso y me encanta el chocolate, en mi opinión, esa frase es una verdad a medias porque presupone que es el azar el que dicta las opciones que tenemos las personas para cambiar nuestra vida.
Por ese motivo, prefiero pensar que la vida es como una partida de cartas; jugamos con los naipes que nos han tocado en suerte, pero, en función de eso, podemos establecer una estrategia (realizar descartes y cambiar cartas para mejorar nuestra mano, ir de farol...). Así, en función de nuestras decisiones y actuaciones, podemos decidir nuestro destino, al menos en parte, y que no quede todo en manos del azar.
Esto que hemos comentado para la vida en general, vale también cuando un docente empieza un nuevo curso o cuando unos padres tienen un hijo. Si la educación fuera un juego de naipes, en ocasiones, tendremos una “buena mano”, en otras, no tendremos buenas cartas... pero nuestra obligación es siempre jugar la mejor partida posible.
Así, la insatisfacción y el inconformismo son el estado natural de la educación: un educador insatisfecho debería ser la norma y no la excepción, como sucede muy a menudo. La autocomplacencia y el conformismo son los mayores enemigos de la educación.
La educación debe dar respuesta a los cambios de la sociedad, y estos se producen cada vez más deprisa. Una educación inconformista posibilita que la educación esté siempre alerta, siempre atenta a las necesidades emergentes de las personas y de la sociedad en cada momento. Por eso, la educación tiene que dejar de ser introspectiva y solitaria para ser extrovertida y colectiva.
Un educación inconformista facilita la adaptación al cambio, aumenta la tolerancia a la frustración, refuerza el trabajo colectivo, explica el conocimiento en relación con su aplicabilidad... valores fundamentales para vivir en nuestro tiempo.
Cuando alguien pretende educar, no tiene otra opción que ser inconformista. Intentar hacerlo desde el inmovilismo no es educar, es adiestrar.