En
un momento en el que el devenir de los sistemas educativos está
condicionado de forma evidente por las evaluaciones estandarizadas
(PISA, PIRLS, TIMSS...), puede resultar paradójico plantear que la
creatividad debe ser el motor de la educación. Pero, en realidad, es
de sentido común.
Hoy,
aunque muchos se empeñen en negarlo, se enseña (o al menos eso se
prioriza desde la legislación educativa) para la prueba, lo que se
conoce como teaching to the test. El objetivo último es
mejorar posiciones en el ranking de PISA. La consecuencia es
que no siempre se valora el proceso a través de cual se ha llegado a
una conclusión, focalizando la atención en el resultado final. Los
test de respuesta múltiple penalizan el error, lo que, a la larga,
coarta la capacidad de los alumnos de buscar respuestas nuevas a
situaciones cambiantes.
Educar
en el conocimiento estandarizado responde a un concepto de la escuela
como institución de control social. En cambio, educar en la
creatividad responde a una escuela cuya función es la de transformar
la sociedad. El primer modelo de escuela daba respuesta a las
necesidades de la sociedad de siglo XXI; el segundo modelo debe dar
respuesta al mundo actual.
Una
de las tareas en las que un docente debe poner más empeño es luchar
cada día contra el impulso de automatizar rutinas. La divergencia
debe convertirse en un valor fundamental en la educación escolar (a
diferencia de lo que sucede con la escuela tradicional), solo así
formaremos personas capaces de adaptarse a un mundo cambiante.
Para
conseguirlo, el primer paso es comprender que un aula no es un
auditorio, sino una comunidad. Hay que dejar de tratar a los alumnos
como espectadores (receptores pasivos de conocimiento) para darles el
papel de actores (creadores activos de conocimiento).
Una
educación basada en el pensamiento creativo es mucho más motivadora
para los estudiantes (y debería serlo también para los profesores)
ya que les permite poner en juego capacidades como la imaginación y
la originalidad, y posibilita satisfacer continuamente su impulso por
descubrir cosas nuevas, su curiosidad.
La
enseñanza creativa tiene como eje central a la persona, con sus
talentos y limitaciones, en tanto que individuo y como miembro de un
grupo o colectivo. Por este motivo, se potencia de forma notable el
trabajo colaborativo, donde la responsabilidad compartida es un
elemento esencial.
En
el contexto de una escuela que tenga a la creatividad como motor que
la impulse, hay que entender el nuevo rol del profesor, donde este ya
no es el portavoz del saber. En palabras de Gustavo Dessal:
“Un
maestro no es simplemente aquel que detenta un saber. No es un
experto, tal como acostumbramos a concebir en la actualidad a los
representantes del saber. Un maestro es quien sabe conservar vivo el
espíritu socrático de la pregunta, y su enseñanza consiste en
darnos la mejor prueba de su amor: lograr que aprendamos la única
lección magistral que nos pone en el camino de un saber verdadero, y
que consiste en percatarnos de que ninguna palabra puede decir toda
la verdad.”*
*Bauman,
Zygmunt; Dessal, Gustavo: El retorno
del péndulo.
Madrid, Fondo de Cultura Económica de España, 2014.