Ahora que es periodo vacacional en España, he estado reflexionando sobre las semejanzas entre educar y viajar, pues la educación es un largo viaje sin fin. El tiempo de aprendizaje ha dejado de ser corto para durar toda una vida, lo que nos obliga a estar en permanente movimiento de un lugar a otro, adaptándonos en todo momento a lo que necesitamos como personas y como miembros de la sociedad.
Los viajes y los procesos educativos nunca son iguales para las personas. Lo que para uno es un viaje idílico, para otro puede ser una tortura insufrible. Por eso, es absolutamente necesario personalizar la educación y no aplicar fórmulas unificadoras como elemento único de evaluación de los procesos de enseñanza/aprendizaje (me refiero a las pruebas estandarizadas que tan de moda están en los últimos tiempos).
Para realizar un viaje es indispensable planificarlo con antelación. Lo primero que debes decidir es el lugar que quieres visitar y, en función del lugar escogido, hacer una lista de lo que debes llevar como equipaje en tus maletas. Debes conocer el clima del lugar, las costumbres más destacadas, la documentación que necesitas para viajar, el medio de transporte más adecuado para llegar hasta allí...
Lo mismo sucede con la educación. En función del lugar al que se quiere llegar, o sea, en función de los objetivos que se pretenden alcanzar con los alumnos, deberemos poner unas cosas u otras en el equipaje. Deberemos analizar qué necesitaremos, qué instrumentos o herramientas serán más efectivas, qué recursos didácticos son los adecuados, etc. Una maleta educativa bien hecha es pues fundamental para educar. Las maletas, como los proyectos educativos, no se pueden improvisar.
También debemos decidir el tipo de viaje que queremos realizar: uno que nos permita ver muchas cosas en muy poco tiempo o, al revés, uno que nos permita conocer en profundidad. Imaginemos que nuestro viaje transcurre por tierra, que lo realizaremos en un automóvil. Para transitar en vehículo por carretera, debemos adaptar nuestra conducción al tipo de vía por el que circulamos y respetar las normas de tráfico. Circular a toda velocidad en una carretera mal asfaltada, estrecha y con curvas puede llevarnos a tener un accidente fatal.
En educación sucede lo mismo. Debemos enseñar y aprender a la velocidad adecuada para cada ocasión, sin olvidar nunca que cada uno tiene su propio ritmo de aprendizaje. Algunos alumnos aprenden con la facilidad con la que se conduce en una autopista y otros, en cambio, aprenden como si circularan en carreteras secundarias.
Me gustaría acabar este post con una reflexión...
Si como digo viajar y educar tienen tanto en común, ¿por qué nos empeñamos en cerrar las puertas de nuestras aulas (literal y metafóricamente)? Viajar y educar implican compartir experiencias y prácticas, aprender los unos de los otros, colaborar y cooperar... por lo que debemos empezar a enseñar con las puertas de nuestras aulas abiertas (literal y metafóricamente).
LA BUENA EDUCACIÓN, SIMPLEMENTE, DEBE SER VERDAD
Hace 2 semanas
Pues feliz viaje y buen verano, compa
ResponderEliminarEntonces que el viaje valga la pena ;)
ResponderEliminarEstupenda reflexión; los viajes renuevan el cuerpo y la mente y eso te impulsa a renovar e innovar curso a curso. Muy de acuerdo con la apertura mental y física de nuestras aulas. Buen verano allá dónde viajes
ResponderEliminar