“A
algunas de las personas más geniales y creativas que conozco no les
fue bien en el colegio. Muchas de ellas no descubrieron lo que podían
llegar a hacer -y quiénes eran en realidad- hasta que dejaron el
colegio y superaron la educación que habían recibido.” Ken
Robinson: El Elemento (pág. 28)
Es
cierto que, como afirma Ken Robinson, muchas personas no han visto
potenciados sus talentos en la escuela. Pero no es menos cierto que
otras muchas sí que han podido hacerlo. Todos conocemos personas
geniales, creativas y entusiastas que gozaron de éxito escolar y
encontraron en esta institución la motivación necesaria para
desarrollar plenamente su talento.
Asimismo,
todos conocemos personas a las que la escuela ha permitido
desarrollar sus capacidades a pesar de su falta de recursos
económicos y de la falta de oportunidades que ello conlleva,
cumpliendo así con su función de ascensor social (esa función que
tanto parece molestar a ciertos políticos).
¡Somos
muy injustos con la escuela! Se le acusa de no dar una respuesta
adecuada a las necesidades de las personas, en particular, y de la
sociedad, en general. Pero, ¿cómo sería nuestro mundo sin
escuelas? Es más, ¿qué sería de mí sin escuela? Prefiero no
pensar demasiado en esto último...
Tenemos
la obligación de reconocer el papel de la escuela en nuestra
sociedad, más allá de la crítica fácil y las frases impactantes,
del tipo La escuela mata la creatividad
y similares. Reconociendo su valor y su importancia es cuando
estamos plenamente avalados para exigir su mejora.
Si
un docente estudió magisterio porque era una carrera “fácil” o
porque no pudo cursar los estudios que en realidad quería y eligió
esta profesión para vivir cómodo, para tener un trabajo estable que
no le diera muchos dolores de cabeza... ¡qué equivocado estaba!,
porque dedicarse a la educación supone justo lo contrario.
El
estado natural de la institución escolar y de la comunidad educativa
debería ser la búsqueda continua de nuevas formas de enseñar:
aprendiendo de la experiencia, de los nuevos conocimientos
(pedagogías emergentes), de la tecnología propia de cada época,
etc. La escuela debe huir de la rigidez y el inmovilismo.
La
escuela y los sistemas educativos actuales están envejeciendo mal.
Se resisten a dejar paso a las nuevas generaciones, a las nuevas
metodologías, a los nuevos tiempos. Los sistemas educativos
responden a una escuela de números y letras, a una escuela de
memorización y recitación, que, en los tiempos presentes, carece de
sentido.
Para
que la escuela sea inclusiva y no excluyente necesita de la capacidad
de adaptarse rápidamente a las nuevas necesidades y perder de manera
definitiva el miedo al cambio. Necesita enseñar cosas útiles para
la vida.
Porque
creemos en la escuela y porque la queremos... necesitamos que no deje
nunca de transformarse. Y esa es nuestra labor.