Aprender en la escuela, al contrario de lo que se creía (y aún se cree demasiado a menudo), no es un acto solitario, individual e introspectivo sino que es un acto colectivo, colaborativo y social.
Cerrad los ojos e imaginad una clase de, por ejemplo, 6.º de Primaria...
Si alguno de vosotros ha imaginado un aula con un profesor o profesora frente a una clase de niños y niñas de 12 años que escuchan sentados cada uno en su pupitre, mirando de frente a la mesa del profesor y tomando notas en completo silencio: ¡Tenemos un problema! Y si encima alguno ha visualizado además un encerado, con sus tizas y su borrador, y una tarima como elementos centrales del aula: ¡El asunto empieza a ser muy serio!
Os tengo que confesar que a mí me dan mucho miedo las aulas que están siempre en absoluto silencio. El silencio sepulcral o monacal me recuerda a un cementerio o a la quietud y la calma introspectiva de un monasterio. Yo prefiero las aulas que tienen un murmullo continuo, un rumor controlado y armónico como el de las olas del mar al romper en la orilla. Prefiero las aulas que están vivas, que se mueven, que se transforman... No me parece mal que de vez en cuando el caos se apodere de la actividad del aula, sin llegar a la anarquía total, claro.
"Pero eso es insostenible e insoportable", pensarán aquellos que creen que la escuela debe crear pequeños eruditos y futuros cracks del Trivial. Pero lo cierto es que la escuela debe formar personas con espíritu crítico, participativas, capaces de adaptarse a situaciones cambiantes... personas que tienen derecho a equivocarse y aprender de sus errores (no han de ser castigados por ellos). Y no se pueden formar personas así a base de escuchar en silencio y vomitar contenidos sin digerir. La escuela no debe proporcionar contenidos para memorizar sino que el conocimiento debe adquirirse, producirse, asimilarse y, por supuesto, utilizarse.
Para finalizar, me gustaría dejaros una frase para reflexionar:
Los problemas más importantes de la educación son los que aún están por llegar: ¡estad atentos!
Cerrad los ojos e imaginad una clase de, por ejemplo, 6.º de Primaria...
Si alguno de vosotros ha imaginado un aula con un profesor o profesora frente a una clase de niños y niñas de 12 años que escuchan sentados cada uno en su pupitre, mirando de frente a la mesa del profesor y tomando notas en completo silencio: ¡Tenemos un problema! Y si encima alguno ha visualizado además un encerado, con sus tizas y su borrador, y una tarima como elementos centrales del aula: ¡El asunto empieza a ser muy serio!
Os tengo que confesar que a mí me dan mucho miedo las aulas que están siempre en absoluto silencio. El silencio sepulcral o monacal me recuerda a un cementerio o a la quietud y la calma introspectiva de un monasterio. Yo prefiero las aulas que tienen un murmullo continuo, un rumor controlado y armónico como el de las olas del mar al romper en la orilla. Prefiero las aulas que están vivas, que se mueven, que se transforman... No me parece mal que de vez en cuando el caos se apodere de la actividad del aula, sin llegar a la anarquía total, claro.
"Pero eso es insostenible e insoportable", pensarán aquellos que creen que la escuela debe crear pequeños eruditos y futuros cracks del Trivial. Pero lo cierto es que la escuela debe formar personas con espíritu crítico, participativas, capaces de adaptarse a situaciones cambiantes... personas que tienen derecho a equivocarse y aprender de sus errores (no han de ser castigados por ellos). Y no se pueden formar personas así a base de escuchar en silencio y vomitar contenidos sin digerir. La escuela no debe proporcionar contenidos para memorizar sino que el conocimiento debe adquirirse, producirse, asimilarse y, por supuesto, utilizarse.
Para finalizar, me gustaría dejaros una frase para reflexionar:
Los problemas más importantes de la educación son los que aún están por llegar: ¡estad atentos!