Educar no es solo transmitir conocimientos, competencias o valores. Educar también es luchar contra la aceptación de la injusticia, contra la “normalidad” del desequilibrio, contra la falta de ética, contra la banalidad de los valores.
No
podemos (ni debemos) olvidar que la educación es el instrumento que
tiene la sociedad para compensar las desigualdades, para posibilitar
que todos sus miembros pueden participar activamente de ella
aportando su máximo potencial de forma crítica y constructiva para
progresar hacia un mundo más justo.
La
gran paradoja de la educación es que es, al mismo tiempo,
transmisora y conservadora de la tradición cultural de una sociedad,
y motor de cambio y transformación. Aunque casi siempre se potencia
más su aspecto de perpetuación de la tradición sociocultural de la
sociedad a la que sirve, no debemos subestimar su fuerza como motor
de cambio.
El
problema es que vivimos en un mundo que no funciona. Los humanos
somos una especie destructiva capaz de crear ideologías que
consideran inferiores a otros humanos, capaz de entablar conflictos
bélicos en los que mueren millones de personas, capaz de destruir el
planeta para que unos pocos, poquísimos, se hagan inmensamente
ricos...
¿La
educación puede arreglar algo de todo esto?
En
la escuela actual, el mundo es el pupitre. Las aulas no tienen
paredes, ni fronteras. Los grandes problemas de la educación, con
pequeños matices, son globales. Evaluamos los resultados obtenidos
por los sistemas educativos de distintos países y los comparamos, he
incluso cometemos la barbaridad de hacer rankings.
Cuando compartimos reflexiones educativas nos damos cuenta de tienen
la misma vigencia en España, en Estados Unidos, en México, en
Francia, en Rusia, en Argentina, en Chile, en Brasil, en Uruguay...
La
educación es un valor universal, un lenguaje común que nos une, que
nos hace a la vez iguales y diferentes. El mundo en el que vivimos,
donde la información viaja a la velocidad de la luz, potencia el
valor de la educación como “arma de construcción masiva” y como
fuerza impulsora de una nueva manera de entender el mundo.
Si
no creyera que la educación es una herramienta capaz de cambiar el
mundo, mi labor y la de los millones de personas que nos dedicamos a
la educación, en cualquiera de sus ámbitos y en cualquier punto del
planeta, carecería de sentido.
Asi sin educacion caresieramos de conocimientos
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