Más
allá de los grandes objetivos de la educación (que, sin duda, son
muy importantes), más allá de las metas educativas que ocupan la
atención de los organismos internacionales (que, sin duda, cumplen
un papel fundamental), más allá de aquellas funciones de la
educación sobre las que se escriben ríos de tinta o montañas de
megabytes (que, sin duda, son muy necesarios)... existen también los
objetivos “humildes” de la educación, a los que casi nunca
prestamos suficiente atención.
Cada
vez que voy al teatro, al cine o a un concierto me doy cuenta de que
algo estamos haciendo mal en la educación: ¿Os habéis fijado en
los problemas que tienen muchas personas para encontrar el asiento
que les corresponde? ¿Y las dificultades que tienen muchas personas
para rellenar un impreso para hacerse socio del gimnasio del barrio?
¿O el problema que representa para mucha gente orientarse en una
ciudad siguiendo un plano?
Localizar
la fila y el número de la butaca que se tiene asignada
(especialmente cuando las filas están separadas en pares e impares),
rellenar unas casillas o encontrar una calle en un plano se
convierten en tareas arduas y complejas por la incapacidad de
trasladar a nuestro día a día aquello que aprendemos de manera
teórica en las diferentes materias del currículo. No hay una
transferencia eficaz del saber teórico al saber práctico.
En
general todos, y yo el primero, tenemos una tendencia natural a
tratar los temas de la educación con grandes objetivos, se nos llena
la boca con palabras grandilocuentes: la educación es un arma de
construcción masiva, es la solución a los grandes problemas del
mundo.
Estos
objetivos son muy loables, pero tan inabarcables que pueden dar lugar
a frustración y tan sumamente difíciles de evaluar, de comprobar su
logro, que pierden funcionalidad.
Es
por ello que propongo que tengamos más presente la “educación
humilde”, la de la vida cotidiana. La que permite a las personas
desenvolverse en el día a día con solvencia. Para ello es
imprescindible que mostremos a los alumnos la aplicación práctica
de aquello que explicamos a nivel teórico en las diferentes
asignaturas, aunque en realidad lo más conveniente sería dar un
enfoque mucho más multidisciplinar al aprendizaje: trabajar por
proyectos, por retos que necesiten de diferentes áreas de
conocimiento.
Por
ejemplo, para muchos estudiantes el aprendizaje de las matemáticas
se convierte en un suplicio si no son capaces de percibir que tienen
una aplicación directa en su vida cotidiana. En cambio, cuando son
capaces de darse cuenta de la aplicación práctica de lo que se les
está explicando, el aprendizaje es mucho más significativo y, por
tanto, mucho más fácil.
Que
la educación es una herramienta para hacer un mundo mejor, es
indudable. Pero no olvidemos que también nos puede ayudar a vivir
mejor, a movernos por la vida más fácilmente.
No puedo estar más de acuerdo con esta completa reflexión. Los alumnos que no perciben y captan la funcionalidad y aplicabilidad de los contenidos trabajados, difícilmente, muy difícilmente, son capces de sentirse motivados e interesados por el estudio, trabajo y dominio de unos contenidos que, no sólo le quedan lejanos, sino que están descontextualizados de su realidad mediata e inmediata. Mi experiencia docente y "vital", que trato de compartir y "vivir" con mis alumnos, me revela una importante realidad: los alumnos que reconocen que aquello que trabajan tiene un fin, una utilidad, una aplicabilidad en su mundo concreto, suelen implicarse e identificarse con el trabajo realizado. Si a ello le unimos que todo se hace en clave cooperativa y colaborativa, favoreciendo la interacción y "trabajo entre iguales", estamos "educando" ciudadanos competentes inculturados "en" la vida y "para" la vida. Suelo repetir mucho que no hay nada más ilustrativo, educativo y revelador que la "filosofía de la vida", buena traducción del término hermoso que has utilizado: "la educación humilde". Eduquemos en la humildad del sentimiento y pensamiento "sincero". Eduquemos para saber vivir y convivir, para disfrutar de lo que hacemos, especialmente, con nuestros alumnos; para saborear de los detalles, de las personas, de sus logros... En definitiva, qué mayor valor que la propia humildad para aprender y dominar aquello que, realmente, emplearé y aplicaré en la cotidianidad de la propia vida, de la vida de los demás. La humildad: ¿acaso no es una forma de entender que tenemos que educar para que nuestros alumnos se incorporen con total competencia, respetando sus niveles y ritmos de aprendizaje, a una vida que les espera con los "brazos abiertos" y en la que podrán aportar lo mejor de sí? Nuevamente, GRACIAS Salvador.
ResponderEliminarAl igual que Agustin estoy ciento por ciento de acuerdo con lo que dices y si me lo permites, me gustaria compartirla en mi blog http://loshijosdelaprofe.blogspot.com gracias
ResponderEliminarPor supuesto que te lo permito, muchas gracias!!!!
EliminarMuchas gracias, te enviare el post.
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