Siempre llevo encima un pequeño bloc
de notas donde apunto todo aquello que luego desarrollo en este blog.
Las ideas me fluyen mejor cuando las escribo con bolígrafo azul
sobre una hoja de papel cuadriculado.
Hoy, mientras leía algunos tuits sobre
#educación y me percataba de su contenido (internet, redes sociales,
e-learning, MOOC's, tablets...), me he dado cuenta de que la escuela
había muerto y con ella todo lo que orbita a su alrededor (maestros,
profesores, libros de texto, aulas cerradas, asignaturas,
currículums...).
Mientras escribía en una hoja en
blanco: “La escuela ha muerto”, dos lágrimas se han deslizado
por mi mejilla y han emborronado la frase. Pero la tristeza me ha
durado tan solo un segundo... De repente, he pensado con ilusión: “A
rey muerto, rey puesto”: ¡Viva la escuela!
En tan solo unos instantes me he dado
cuenta de que la escuela “ha muerto” en multitud de ocasiones;
unas veces de muerte natural, otras tras una larga enfermedad y otras
asesinada por algún movimiento revolucionario... Ha muerto muchas
veces pero luego ha renacido con más fuerza.
Y, entonces, las lágrimas se han
transformado en una sonrisa... si la escuela ha muerto, nacerá una
nueva escuela y, con ello, se reinventará todo lo que orbita a su
alrededor (nuevos maestros, nuevos profesores, nuevos materiales de
recursos didácticos, aulas con una arquitectura más transparente,
un currículum distinto mucho más transversal...).
Como dijo Mario Benedetti: “Después
de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida.”
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