Para
algunos, los más humanistas, el vestido que le sienta mejor es el de la educación
emocional o de la educación en valores. Para otros, los que siguen
las últimas tendencias, el traje último modelo (el que está de moda) es de la educación
para la iniciativa emprendedora. Los más progresistas, la visten con las galas
de la educación para la ciudadanía. Los pacifistas, con los colores de
la educación para la paz. Los ecologistas, con los de la educación
ambiental... y así podemos enumerar un sinfín de maneras de vestir (de etiquetar) la
educación: educación para la diversidad, educación para la salud,
educación para la igualdad, educación vial, educación física,
educación para el desarrollo... Como se puede comprobar, la educación tiene un buen fondo de armario.
Todos y
cada uno de estos trajes o vestidos resalta alguno de sus encantos, alguna de
sus características más significativas. Pero como dice el refrán: “Aunque la
mona se vista de seda, mona se queda”, o lo que es lo mismo, por mucho que
cambiemos de traje a la educación su esencia siempre es la misma: buscar el
desarrollo integral de la persona tanto en el ámbito individual como en el
ámbito social. Y eso no debemos perderlo nunca de vista.
Poner
etiquetas es una característica de la sociedad posmoderna. Todo se ha vuelto
tan líquido, tan complejo, tan cambiante que acompañarlo de una característica
que lo acote y lo simplifique lo hace todo mucho más amable y comprensible:
convierte el caos en orden aparente. Por sí mismo, el hecho de etiquetar la
educación no representa un problema, la cuestión es tener siempre muy presente
que, a veces, “los árboles no dejan ver el bosque”.
Además
hay otra característica de la sociedad consumista/capitalista actual que también está
calando profundamente en educación: la obsolescencia planificada.
Esto que,
a nivel de consumo y ecología, me parece una atrocidad sin parangón; a nivel
educativo se me antoja una oportunidad, porque la educación por definición es
siempre un proceso inacabado.
Si todos
somos conscientes de que el objetivo de la educación no es la adquisición de
unos conocimientos fijos e inmutable (pues esto es imposible ya que el
conocimiento es dinámico y cambiante), no es alcanzar una meta como en una
carrera atlética; sino que es un viaje, un recorrido donde lo importante es el
camino andado y no el destino: ¡Qué gran oportunidad se nos presenta para
cambiar nuestra manera de enseñar!
No
podemos desaprovechar la oportunidad que se nos brinda de estar siempre con la
predisposición del aprendiz aunque se sea maestro.
Genial tu entrada, como leer a Kavafis y su Ítaca aplicado a la educación.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo Alberto. Gracias por estar siempre por aquí.
EliminarGracias por el post, Salvador. Como bien indicas en medio de esta sociedad líquida en la que los ropajes que revisten la educación fluyen, tan rápido como nacen, es el momento de redescubrir la educación como proceso siempre inacabado. Desde mi punto de vista el desnudar a la educación de los distintos vestidos, que ponen en evidencia la riqueza del proceso educativo, nos ayudará a redescubrir el aprendizaje como corazón de la misma. Tal y como señalas este proceso nos da la oportunidad de "estar siempre con la predisposición del aprendiz aunque sea maestro".
ResponderEliminarGracias a ti por el comentario que ayuda a completar lo dicho en el post.
EliminarBuenísimo el post! Nuestra vocación es un compromiso y un camino donde siempre aprendemos...
ResponderEliminarGracias Cristina. Todo docente debería tener este compromiso.
EliminarEstupendo, la educación es algo vivo, un camino en el que nunca se deja de aprender.
ResponderEliminarMe parece que es un proceso sin fin cuyo sentido único es caminar sin cesar.
EliminarSaludos Salva. He incluido tu blog en mi lista de premiados.
ResponderEliminarhttp://lamariposayelelefante.blogspot.com.es/2013/03/dia-de-premios.html
Un abrazo
Muchas gracias, me ha hecho mucha ilusión. Un abrazo
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