“De hecho, si las escuelas no cambian con rapidez y de una manera radical, es probable que sean reemplazadas por otras instituciones con más capacidad de respuesta (aunque quizá menos cómodas y no tan legítimas).” Howard Gardner en La educación de la mente y el conocimiento de las disciplinas. Barcelona, Paidós, 2012.
La historia nos demuestra que no existe ninguna institución, exceptuando quizá alguna de carácter religioso, que permanezca inalterable con el paso del tiempo. Por tanto, aferrarse desesperadamente a lo establecido, a la tradición, al "siempre se ha hecho así", y no tener la capacidad de adaptarse a las necesidades del mundo en el que se vive, no tener la capacidad de innovar... no parece la mejor de las opciones, aunque este inmovilizo radical está muy extendido entre buena parte de los miembros de la comunidad escolar.
Cerrarse en banda, negarse al cambio es la mejor manera de convertirse en obsoleto y, por tanto, prescindible. Esto es aplicable tanto a la escuela como institución como al profesor en cuanto que individuo.
En la actualidad, la educación va mucho más allá de la escolaridad (hermética, cerrada, rígida...). O la escuela entiende cuáles son las necesidades de la sociedad y las personas del siglo XXI o está condenada al fracaso, al ostracismo (exclusión voluntaria o forzosa de los edificios públicos, a la cual suelen dar ocasión los trastornos políticos).
Lejos de pedir como hizo Iván Illich en La sociedad desescolarizada (1970), una sociedad sin escuelas, lo que pido es una sociedad cuya escuela no se limite a ser servidora de la perpetuación del sistema, sino que aporte espíritu crítico y constructivo para transformarla y contribuir a su mejora.
En este sentido, no me cansaré de repetirlo, el uso de las TIC es fundamental ya que posibilita procesos didácticos más abiertos, participativos, activos... permitiendo a la escuela traspasar los límites físicos de su arquitectura.
En conclusión, sería conveniente repensar la escuela desde dentro, que sean sus propios miembros quienes conduzcan el cambio... si no lo harán otros por ellos. Es necesario que la escuela esté más atenta a las necesidades de la sociedad, a la realidad de los alumnos y a los contenidos educativos que son verdaderamente relevantes para la vida... si no queremos un mundo sin escuelas.
La historia nos demuestra que no existe ninguna institución, exceptuando quizá alguna de carácter religioso, que permanezca inalterable con el paso del tiempo. Por tanto, aferrarse desesperadamente a lo establecido, a la tradición, al "siempre se ha hecho así", y no tener la capacidad de adaptarse a las necesidades del mundo en el que se vive, no tener la capacidad de innovar... no parece la mejor de las opciones, aunque este inmovilizo radical está muy extendido entre buena parte de los miembros de la comunidad escolar.
Cerrarse en banda, negarse al cambio es la mejor manera de convertirse en obsoleto y, por tanto, prescindible. Esto es aplicable tanto a la escuela como institución como al profesor en cuanto que individuo.
En la actualidad, la educación va mucho más allá de la escolaridad (hermética, cerrada, rígida...). O la escuela entiende cuáles son las necesidades de la sociedad y las personas del siglo XXI o está condenada al fracaso, al ostracismo (exclusión voluntaria o forzosa de los edificios públicos, a la cual suelen dar ocasión los trastornos políticos).
Lejos de pedir como hizo Iván Illich en La sociedad desescolarizada (1970), una sociedad sin escuelas, lo que pido es una sociedad cuya escuela no se limite a ser servidora de la perpetuación del sistema, sino que aporte espíritu crítico y constructivo para transformarla y contribuir a su mejora.
En este sentido, no me cansaré de repetirlo, el uso de las TIC es fundamental ya que posibilita procesos didácticos más abiertos, participativos, activos... permitiendo a la escuela traspasar los límites físicos de su arquitectura.
En conclusión, sería conveniente repensar la escuela desde dentro, que sean sus propios miembros quienes conduzcan el cambio... si no lo harán otros por ellos. Es necesario que la escuela esté más atenta a las necesidades de la sociedad, a la realidad de los alumnos y a los contenidos educativos que son verdaderamente relevantes para la vida... si no queremos un mundo sin escuelas.