"En pocas palabras, prefiero la profundidad a la amplitud, la construcción a la acumulación, la búsqueda del conocimiento en sí al sometimiento a la utilidad, la enseñanza individualizada a la uniforme, y una educación de carácter público. Prefiero la educación centrada en el estudiante a la centrada en el enseñante y apoyo la que presta atención a las diferencias individuales y de desarrollo. (...)
Sin embargo, también soy partidario de la educación firmemente enraizada en las disciplinas, de emplear la evaluación con regularidad y de establecer unos niveles de exigencia elevados." Howard Gardner: La educación de la mente y el conocimiento de las disciplinas. Barcelona, Paidós, 2012.
He
tenido la tentación de acabar aquí este post. Tan solo con la cita
de Gardner, sin más comentarios. Creo que en estos dos párrafos se
concentra una gran cantidad de sabiduría pedagógica.
Pero
como sufro de “incontinencia literaria”, no me he podido resistir
a continuar comentando algunos aspectos que creo relevantes.
Quiero
empezar con una idea básica, si nuestros alumnos y alumnas llegaran
a la educación infantil con las asignaturas de Sentido
Común y de
Tolerancia a la
Frustración
aprendidas de casa, los profesores podrían dedicar su preciado
tiempo a enseñar otras cosas. De hecho, estas “otras cosas”, en
realidad, son las inherentes a la escuela, su verdadero propósito.
Si la familia como institución cumple con su función, el trabajo de
la escuela se ve facilitado enormemente.
Pero,
¿qué son esas "otras cosas"? No
me estoy refiriendo a la transmisión memorística de conocimiento,
sino al tratamiento y asimilación de diferentes conceptos,
habilidades y destrezas que puedan ser aplicados en situación reales
para solucionar problemas y que sirvan como base para la formación y
la adaptabilidad de la persona a lo largo de su vida.
Aunque
suene absurdo (y que conste que lo digo a modo de provocación), qué
bueno sería que al nacer nos implantaran un microchip (o alguna otra
maravilla tecnológica) que nos permitiera acceder, de manera
permanente y actualizable, a los datos y conocimientos casi infinitos
que circulan por la red. Si no tuviéramos que preocuparnos por esto,
¡qué diferente sería la enseñanza! Podríamos dedicar todo el
esfuerzo y el poder de nuestra mente para trabajar procesos y maneras
de tratar la información, en buscar nuevas y creativas maneras de
relacionar distintos temas aportando soluciones más eficaces e
innovadoras.
Volviendo
a la realidad y hablando en serio, lo que es evidente es que, en el
mundo actual, la enseñanza tiene que ser competencial y no
conceptual, debemos trabajar por retos y no mnemotécnicamente.
Además,
nadie duda hoy en día de la necesidad de trabajar las emociones en
el aula. Las emociones deben "entrenarse", se debe aprender a
dominarlas, a controlarlas... pues esto tiene y tendrá una
incidencia fundamental en el presente y el futuro de los alumnos. La
educación emocional facilita el acceso al conocimiento y proporciona
herramientas eficaces para desenvolverse en el mundo. Por eso deben
enseñarse y aprenderse en nuestras escuelas.
Nuestras
aulas son muy diversas y se necesitan recursos para atender esta
diversidad. Pero, ¿acaso hay alguna otra forma de enseñar? Todos
nuestros alumnos son diferentes entre sí, tienen diferentes
talentos, distintas cualidades. No existe otra manera de enseñar que
la de ser capaces de extraer el máximo de cada una de estas
capacidades. Por tanto, en nuestras aulas debe enseñarse de manera
personalizada todo aquello que necesitan nuestros alumnos para
alcanzar su excelencia, sea esta la que sea.
Desgraciadamente,
hoy en día debe tenerse en cuenta otra variable: Cuando
la pobreza entra por la puerta, la educación salta por la ventana.
La escuela, en muchos barrios de nuestras ciudades y en no pocos
pueblos, se ve obligada a cubrir necesidades básicas de los alumnos:
asegurarse de que puedan comer al menos una vez al día, de que
reciben y adquieren los hábitos básicos de higiene y salud, de que
tienen acceso a los materiales y recursos didácticos que facilitan
el aprendizaje, de que reciben una atención emocional y una dosis de
autoestima... Y eso, desgraciadamente, también forma parte de lo que
se debe enseñar y aprender en la escuela del siglo XXI.
La frase "Cuando la pobreza entra por la puerta, la educación salta por la ventana" es muy lapidaria pero resume muy bién la situación de conflicto que se vive hoy. La pedagogia se enfrenta con un gran reto: luchar por una educación equitativa y de calidad, respetando la diversidad y abriendo possibilidades a nuestra infancia y juventud, en un entorno dónde la pobresa va en aumento y las prioridades son cubrir las necesidades básicas. Es en este marco que la Pedagogia Social cobra mas sentido que nunca.
ResponderEliminarRosa Rodríguez Gascons, pedagoga