“Yo
–decía el Principito–, si tuviera cincuenta y tres minutos para
gastar, caminaría poco a poco hacia una fuente...” Antoine de
Saint-Exupéry
Convendría que nuestros gobernantes no olvidaran que el artículo 28 de la Convención Internacional de los Derechos de la Infancia reconoce el derecho del niño a la educación. Además, en el artículo 29 se indica que la educación deberá estar encaminada a desarrollar la personalidad, a inculcar el respeto por los derechos humanos, por sus padres y por su propia identidad cultural, así como a preparar al niño, para asumir una vida responsable en una sociedad libre.
Para
que la educación sea un derecho significativo tiene que ser
asequible,
accesible, aceptable
y adaptable.
El concepto de estas 4-A
fue elaborado por la ex Relatora Especial sobre el derecho a la
educación, Katarina Tomaševski:
-Asequibilidad:
que la enseñanza es gratuita y está financiada por el Estado y que
existe una infraestructura adecuada y docentes con formación
específica para dar clases.
-Accesibilidad:
que el sistema es no discriminatorio y es accesible a todos, y que se
adoptan medidas positivas para incluir a las personas en riesgo de
marginalidad.
-Aceptabilidad:
que el contenido de la enseñanza es relevante, no discriminatorio,
culturalmente apropiado y de calidad.
-Adaptabilidad:
que la educación puede evolucionar a medida que cambian las
necesidades de la sociedad y puede contribuir a superar las
desigualdades. Y que puede adaptarse localmente para adecuarse a
contextos específicos.
Teniendo
acceso a la educación, las personas podemos desarrollar las
destrezas, la capacidad y la seguridad que necesitamos para obtener
otros derechos. Este es el motivo de que garantizar el derecho a la
educación sea tan importante.
Pero
tener derechos implica a su vez tener deberes. Derecho y deber son
las dos caras de una misma moneda. Entre
los deberes de los escolares podemos destacar el estudio, la
asistencia a clase, el respeto al profesorado, el respeto de los
valores democráticos, las opiniones, la libertad de conciencia, las
convicciones religiosas y morales, la dignidad, integridad e
intimidad de todos los miembros de la comunidad educativa y las
normas de convivencia que las regulan.
La
escuela se fundamenta en el “deber”, pero el impulso para el
aprendizaje tiene su base en el “placer”. No se llega al
aprendizaje a través de la “obligación” sino a través de la
“significación”. No se llega al aprendizaje a través del
“sufrimiento” sino a través del “gozo”.
Que
nuestros alumnos tengan el deber de aprender para hacer en el futuro
un mundo mejor, no significa que no puedan disfrutar del proceso.
Para los niños lo que de verdad importa no es el destino, sino el
camino. Ya no es tiempo de “la letra con sangre entra” (ver
cuadro de Goya) sino de participar activa y gozosamente de la
construcción del aprendizaje. No es necesario que el periodo de
educación obligatoria sea una tortura.
La
educación escolar pretende hacer adultos a los niños, y quizá
sería conveniente que les ayudara a ser niños. En la escuela, al
niño se le considera más por lo que será que por lo que es. Porque
como dice Francesco Tonucci: “(Los niños) nos piden que
compartamos el presente y nosotros les decimos que trabajamos para su
futuro.”
Si
construimos una escuela que tenga en cuenta más el presente de
nuestros alumnos que su futuro, edificaremos una escuela capaz de
formar personas capaces de cambiar el mundo.
Un texto precioso!!
ResponderEliminar