Douglas Carl Engelbart
¿Cuál
debe ser el objetivo de la educación: compartir o competir?
La
educación tradicional ha sido, y es aún hoy en día, competitiva. Competir no es
necesariamente un valor negativo, el problema surge cuando se convierte en el
motor único de desarrollo personal y social.
La educación competitiva potencia
el individualismo, la cultura de lo perecedero, el consumismo... Este tipo
de educación promueve valores como la envidia, la codicia, la avaricia... y
conduce (o puede conducir) a la ansiedad, a la depresión, a la frustración... o lo que es peor todavía el éxito vacío.
El mensaje que se transmite a los alumnos que reciben este tipo de educación no es “haz las cosas bien” sino “haz
las cosas mejor que quien tienes al lado”: el compañero es considerado un rival y no un compañero.
Inconscientemente muchos profesores reproducen este modelo con comentarios del
tipo: “X fíjate que bien lo ha hecho Y” o “Deberías aprender de Y, que siempre
lo hace bien, no como tú”.
Para mí,
el objetivo de la educación es formar personas competentes, no necesariamente
competitivas. Por ello compartir se convierte en una necesidad. No ser
competitivo si no competente, no significa estar desposeído de las herramientas
necesarias para desarrollarse con solvencia en el mundo (escolar, laboral,
social...). Se puede demostrar la competencia “colaborando” con alguien y no “contra” alguien.
Este tipo
de educación maneja valores como la solidaridad, la justicia social, la
pluralidad, el altruismo, la tolerancia y conduce (o puede conducir) a la
participación, a la responsabilidad, a la equidad.
La inteligencia
colectiva
Aprender
a colaborar incide al mismo tiempo en la mejora individual y social. Es un
valor cada vez más apreciado en el ámbito laboral y, en general, en la
sociedad. La “inteligencia colectiva” (a la que creo que también podríamos
llamar “wikipédica” o “smartphónica”) está cada vez más valorada frente a la
“inteligencia individual” (o “enciclopédica”).
No es la
primera, ni será la última vez, que cito en una de las entradas de mi blog a
Dolors Reig (@dreig), que el pasado 27 de noviembre de 2012 publicó un post en El
Caparazón, titulado Juntos pensamos, incluso sin saberlo, mucho mejor:
“Ocurre que sabemos que nuestra inteligencia está basada en el
exterior, en lo que ocurre fuera de nuestros cerebros más que dentro y que
Google, Wikipedia y otros recursos online nos vuelven más y no menos estúpidos
si conceptualizamos la inteligencia como algo que nos coordina con otra gente y
nuestro entorno y no como algo aislado.”
Educar la
inteligencia colectiva tiene mucho que ver, aunque no exclusivamente, con la
incorporación de las TIC en la educación (multiplican y facilitan la
posibilidad de conectar con otras personas), tiene que ver también con el
concepto de zona de desarrollo próximo de Vigotsky, con el aprendizaje
por descubrimiento de Bruner y con otras teorías pedagógicas que se conocen
desde hace ya mucho tiempo y hemos sido y somos incapaces de incorporar en el día a día de
la educación en las escuelas.
“haz las cosas mejor que quien tienes al lado” QUe dura es la vida para quién tiene ese guión. Y bastante triste porque siempre encuentra a alguien a quién mejorar, nunca tienen bastante y se están comparando continuamente con los demás. Su disfrute se convierte en relajación por la ansiedad que acumulan. Conozco personas de edad que son así y lo de compartir no lo entienden, son hijos únicos que han sido educados para ganar cueste lo que cueste.
ResponderEliminarLos alumnos deben ser competentes con ellos mismos pero no competitivos porque la individualidad no genera convivencia.
ResponderEliminarUn artículo muy bueno y con el que estoy muy de acuerdo.
Un cordial saludo
Competir sin más objetivos que saber cooperar de manera competente. ¡Bravo!
ResponderEliminarSalvador, una vez más has tocado temas de suma importancia y donde estamos, de nuevo, en la misma ribera.
ResponderEliminarEl asunto de la competencia tiene una fuente en el economista Adam Smith y el biólogo Darwin, que se apoyó en el modelo económico propuesto por el primero para construir su modelo evolutivo de las especies. Darwin no podía utilizar los recursos de la ciencia determinista para explicar fenómenos con componentes no deterministas y enfocó su modelo desde una perspectiva histórica y económica. Y como no pudo desprenderse de la influencia cultural dotó a su modelo con la misma estructura argumental religiosa. Las ideas darwinianas y económicas se reforzaron entre sí, sublimando el concepto de competencia como motor del desarrollo de la sociedad y de las especies. En fin, se colocó en el altar de adoración.
Quizás más ocultas subyacen los modelos lutheranos y calvinistas que, al eliminar el libre albedrío, tuvieron que motivar a las personas diciendo que el éxito era un índice de ser un elegido para la salvación. Ser el mejor confirma que he sido escogido para la salvación.
Todo esto y lo otro han formado un sólido sustrato para la competencia que menosprecia y hasta se burla de la colaboración como pieza clave en el desarrollo natural y social. No solo es un punto de vista equivocado; además, produce grandes daños porque aviva el aniquilamiento humano.
En los años cincuenta del pasado siglo Bloom, rechazó fuertemente la evaluación educativa encaminada a clasificar por comparación a los estudiantes. Creo un modelo (taxonomía) de conocimientos para evaluar a los estudiantes en sentido absoluto, sin comparaciones con otros. De este modelo han derivado numerosas técnicas de evaluación e incluso otros modelos no competitivos.
Es insuficiente, sigue primando la dañina idea de la competencia, que coincido no es mala de por sí, pero terrorífica cuando se radicaliza. Y está muy enraizada. Leo por ahí un eslogan que dice "colaborar para competir". Siento escalofrío cada vez que lo encuentro y es frecuente.
En fin, a los que defendemos la colaboración como clave del desarrollo, sin menospreciar la competencia, nos queda una pelea ardua y muy larga. La educación es una trinchera vital de esta pelea.