Estamos indignados, de eso no hay ninguna duda. Todos los recortes, habidos y por haber, que están acabando con los logros sociales que tanto tiempo, sangre, sudor y lágrimas han costado provocan la indignación de un gran número de ciudadanos. Pero estar indignados no es ninguna garantía para conseguir parar todo esto.
No estoy seguro de en qué momento los políticos dejaron de estar al servicio del pueblo y se convirtieron en una casta superior que está por encima de las normas y que solo mira por su propio interés y no por el de las personas que los eligieron como representantes, desvirtuando así la democracia. No sé a qué escuelas llevan nuestros políticos a sus hijos (aunque tengo la hipótesis de que no van a la escuela pública), pero recortar los recursos en educación es tan inteligente como fundamentar nuestra economía exclusivamente en el ladrillo y el pelotazo, y lo hicimos durante muchos años hasta la gran explosión de la burbuja.
No invertir en educación provocará una burbuja mayor que la inmobiliaria, que cuando estalle tendrá consecuencias catastróficas para las generaciones futuras.
Seguramente, nuestra élite gobernante (oposición incluida) pretende hacer una clara distinción entre la educación de sus hijos (la futura élite que dirigirá el mundo) y la educación de nuestros hijos (que según ellos no necesitan de formación alguna... así son más manipulables). Pero tenemos que movilizarnos (movilización cívica) para defender una educación de calidad para todos.
Como nos explican Stéphane Hessel y Edgar Morin en El camino de esperanza: "Se trata de proporcionar a cada alumno los medios para que afronte los problemas fundamentales y globales que son los de cada individuo, de cada sociedad, de la humanidad entera." Para conseguir esto debemos entender la educación de un modo más interdisplinar (o mejor transdisciplinar), ahora la compartimentamos en distintas materias cuando la cooperación de distintos saberes dará mejores resultados que los seberes por sí solos.
Por supuesto esto implica un cambio radical en la formación inicial y continúa de los educadores. Es necesaria una formación que deconstruya todos los saberes aceptados en la actualidad para regenerar la educación en nuestras escuelas. Una formación que introduzca nuevos paradigmas que den una respuesta eficaz a las necesidades de la sociedad actual (ver posts anteriores).
También obtendriamos mejores resultados si cambiaramos la competición por la colaboración para aprender. Hoy en día el saber es colectivo, la inteligencia es colectiva gracias a Internet, por lo que el valor educativo más importante debe de ser compartir y no competir.
La implicación real de las familias en la escuela, teniendo una participación activa e interiorizando como propios los valores de los centros educativos, también supondrá una mejora notable en la educación de nuestros hijos.
Estamos a punto de empezar un nuevo curso, un curso difícil, en el que no solo debemos educar a nuestros alumnos, sino movilizarnos por no perder recursos, por no perder los avances conseguidos en los últimos veinte años. Un curso en el que nos jugamos el futuro.
No estoy seguro de en qué momento los políticos dejaron de estar al servicio del pueblo y se convirtieron en una casta superior que está por encima de las normas y que solo mira por su propio interés y no por el de las personas que los eligieron como representantes, desvirtuando así la democracia. No sé a qué escuelas llevan nuestros políticos a sus hijos (aunque tengo la hipótesis de que no van a la escuela pública), pero recortar los recursos en educación es tan inteligente como fundamentar nuestra economía exclusivamente en el ladrillo y el pelotazo, y lo hicimos durante muchos años hasta la gran explosión de la burbuja.
No invertir en educación provocará una burbuja mayor que la inmobiliaria, que cuando estalle tendrá consecuencias catastróficas para las generaciones futuras.
Seguramente, nuestra élite gobernante (oposición incluida) pretende hacer una clara distinción entre la educación de sus hijos (la futura élite que dirigirá el mundo) y la educación de nuestros hijos (que según ellos no necesitan de formación alguna... así son más manipulables). Pero tenemos que movilizarnos (movilización cívica) para defender una educación de calidad para todos.
Como nos explican Stéphane Hessel y Edgar Morin en El camino de esperanza: "Se trata de proporcionar a cada alumno los medios para que afronte los problemas fundamentales y globales que son los de cada individuo, de cada sociedad, de la humanidad entera." Para conseguir esto debemos entender la educación de un modo más interdisplinar (o mejor transdisciplinar), ahora la compartimentamos en distintas materias cuando la cooperación de distintos saberes dará mejores resultados que los seberes por sí solos.
Por supuesto esto implica un cambio radical en la formación inicial y continúa de los educadores. Es necesaria una formación que deconstruya todos los saberes aceptados en la actualidad para regenerar la educación en nuestras escuelas. Una formación que introduzca nuevos paradigmas que den una respuesta eficaz a las necesidades de la sociedad actual (ver posts anteriores).
También obtendriamos mejores resultados si cambiaramos la competición por la colaboración para aprender. Hoy en día el saber es colectivo, la inteligencia es colectiva gracias a Internet, por lo que el valor educativo más importante debe de ser compartir y no competir.
La implicación real de las familias en la escuela, teniendo una participación activa e interiorizando como propios los valores de los centros educativos, también supondrá una mejora notable en la educación de nuestros hijos.
Estamos a punto de empezar un nuevo curso, un curso difícil, en el que no solo debemos educar a nuestros alumnos, sino movilizarnos por no perder recursos, por no perder los avances conseguidos en los últimos veinte años. Un curso en el que nos jugamos el futuro.