Vivimos en la sociedad del "aquí te pillo, aquí te mato", con el grado de violencia y agresividad que ello conlleva. Vivimos en un mundo en el que el pasado cada vez llega antes: nada permanece demasiado tiempo, nada perdura. La seducción de lo inmediato, el carpe diem, el sólo vale el ahora... mueve todos nuestros actos. El pasado se desprecia y el futuro no existe. Cuando un electrodoméstico se estropea se cambia, cuando un calcetín se rompe no se zurce, se compra otro... Las cosas no se arreglan: se abandonan, se sustituyen, no se les da una segunda oportunidad.
La educación no es una excepción, también vive bajo la tiranía de lo fugaz. Cada vez se da más importancia al ahora y menos a la paciencia y a la perseverancia. Lo que antes requería de un gran esfuerzo íntimo, como hacer un complejo cálculo matemático, hoy se puede conseguir por medio de aparatos electrónicos con un mínimo gasto de esfuerzo y tiempo.
Se da más importancia al camino a recorrer que al destino final. Como en el arte, ya no se buscan obras que perduren en el tiempo, sino obras frugales, itinerantes, cambiantes. No nos interesa llenar de datos la cabeza de nuestros alumnos, sino que se trata de dotar a estos de las capacidades, de las competencias que les permitan manejarlos.
La educación ya no se adquiere durante un periodo de tiempo determinado, sino que, para que sea eficaz, debe durar toda la vida. Es por ello que el saber ya no se aprende, se actualiza. El saber, por la cantidad de información que se maneja en el mundo digital, se presenta a veces como una gran marea, a veces como un tsunami. Nuestra labor es la de dotar a los alumnos de "filtros" que les permitan discriminar la información importante de la irrelevante, equiparles de salvavidas que los mantegan a flote en la marea del exceso de información, que les permitan sobrevivir en un mundo cada vez más cambiante.
(Este artículo es consecuencia de las reflexiones personales realizadas durante la lectura del libro de Zygmunt Bauman: Los retos de la educación en la modernidad líquida.)
La educación no es una excepción, también vive bajo la tiranía de lo fugaz. Cada vez se da más importancia al ahora y menos a la paciencia y a la perseverancia. Lo que antes requería de un gran esfuerzo íntimo, como hacer un complejo cálculo matemático, hoy se puede conseguir por medio de aparatos electrónicos con un mínimo gasto de esfuerzo y tiempo.
Se da más importancia al camino a recorrer que al destino final. Como en el arte, ya no se buscan obras que perduren en el tiempo, sino obras frugales, itinerantes, cambiantes. No nos interesa llenar de datos la cabeza de nuestros alumnos, sino que se trata de dotar a estos de las capacidades, de las competencias que les permitan manejarlos.
La educación ya no se adquiere durante un periodo de tiempo determinado, sino que, para que sea eficaz, debe durar toda la vida. Es por ello que el saber ya no se aprende, se actualiza. El saber, por la cantidad de información que se maneja en el mundo digital, se presenta a veces como una gran marea, a veces como un tsunami. Nuestra labor es la de dotar a los alumnos de "filtros" que les permitan discriminar la información importante de la irrelevante, equiparles de salvavidas que los mantegan a flote en la marea del exceso de información, que les permitan sobrevivir en un mundo cada vez más cambiante.
(Este artículo es consecuencia de las reflexiones personales realizadas durante la lectura del libro de Zygmunt Bauman: Los retos de la educación en la modernidad líquida.)